Restaurante Jiménez, alta cocina en Majadahonda

Hace un par de fines de semana estuvimos comiendo en el restaurante Jiménez con motivo del bautizo de nuestra preciosa sobrina Adriana. La idea de venir a este conocido restaurante fue como es lógico de sus padres, que ambos son ya clientes asíduos y todo unos expertos en conocer sitios de cocina moderna y creativa en toda la comunidad de Madrid.



Por aquí ya habían frecuentado más veces, y como es lógico ya conocen a su dueño David Jiménez, un conocido chef que montó este restaurante hacia el año 2003, cuando en vez de seguir trabajando en las filas de gente como Berasategui, o en el propio restaurante del Ritz, decide instalarse por su cuenta en la vieja estación de tren de El Plantío en Majadahonda (Madrid), rehabilitada como es lógico para este fin.


David, el cuál pertenece a una casta familiar dedicada en cuerpo y alma a los fogones (su padre es el dueño del restaurante La Galería en Marqués de Urquijo, 23), prepara una cocina de mercado muy actual la cuál sorprende en su conjunto, y esto es porque el autor hace un guiño muy personal a muchos platos de cocina tradicional, pero con un toque vanguardista y renovador. Técnicas que como os imaginaréis probamos y saboreamos en su salón privado, gracias a un estupendo menú degustación mientras nos reuníamos toda la familia entorno a la mesa.



Armonizada la reunión por un séquito de camareros prestándonos fiel servicio, empezamos con un pan de hogaza casero que os aseguro que quitaba el hipo. No os puedo mostrar una foto porque entre los bueno que estaba, y que encima traían a demanda, lo deje pasar y se me olvidó. Pero madre mía que pan más bueno preparan en este restaurante, pobres los que estén a régimen porque si tienen prohibido comer pan, creo que se lo van a saltar a la torera.

Poco después de sentarnos, los aperitivos empezaron a llegar abriendo boca con un vino Albariño llamado Santiago Ruiz, elegido esta vez por los padres. El aperitivo llegó con celeridad y consistió en un puré de verduras en chupito, una mini pizza y una tortilla de patatas digamos que diferente. Destaco pues este último aperitivo porque era como un puré de huevo y patata a la plancha. Original, y con mucho sabor. Nos gustó.



Después apareció un bien oficiado ajo blanco con Vieira. Muy sabroso y abundante. Creo además que la presentación fue inmejorable, y el equilibrio de ajo y almendra era casi perfecto. Quizás un punto por debajo de sal, hubiera quedado el plato de libro.


Luego apareció uno de los platos estrella del almuerzo, el huevo cocido a baja temperatura (o escalfado) sobre crema de queso, cebolla caramelizada y puré de hierbas. A todo esto y antes de que se me olvide, en este punto empezamos a maridar la comida con un estupendo vino Emilio Moro del 2005 que estaba realmente muy bueno. A lo que vamos, el huevo creo que objetivamente estaba perfectamente oficiado, en su justa temperatura (dentro y fuera) y con una salsa de queso suave y deliciosa. Por encima creo que cayó una lluvia de virutas mínimas de ibérico que le daban un aspecto apetitoso e inmejorable. En general, un gran plato que nos comimos muy a gusto.



A continuación, y sin esperar tal plato, llegó el mejor bocado para mí de toda la tarde, la paletilla de cordero asada y deshuesada con guarnición de patatas y pimientos de Guernica. Creo que desde nuestras jornadas gastronómicas en Turégano (Segovia), no me comía un cordero tan exquisito y sorprendente. Te lo sirven además totalmente deshuesado, y en su punto de temperatura y sabor. Al parecer la forma de prepararlo es cocido al vacío durante varias horas en agua. Luego lo sacan y le pegan un golpe fuerte de horno. Creo además que la limpieza del hueso (sin tocar la piel) era perfecto, la textura era exquisita y la calidad de género excelente. Un nueve sobre diez.



Por último probamos un postre que aunque objetivamente estaba delicioso, no fue para mí el punto fuerte de la comida. Nos pusieron una bien preparada sopa fría de frutos rojos con un helado de queso (o algo así). A mí personalmente, me pareció quizás más apropiado algún hojaldre o bizcocho con varios tipos de chocolate, o de frutas etc, pero vamos lo digo porque el hojaldre y el chocolate me encanta. Reconozco no obstante que el postre estaba elegido a gusto de todos, y no os creáis, que vino muy bien para descongestionar la comida.


Y nada más, acabamos con un aperitivo de dulces servido con el café basado en una crema de almendras en chupito, una bola de chocolate y naranja, y un dulce de café, que según creo y opinó la mayoría, estaban muy buenos. Para finalizar yo me pedí un té verde para aligerar aún más la digestión, y un chupito a elegir entre varios (la gente decía que el licor de café era extraordinario).




Creo en definitiva que el sitio es muy agradable, la atención es correcta, los platos contundentes y el precio de los menús bastante ajustado. En cambio creo que el precio en carta y en concreto de algunos segundos platos, está quizás un poco desbordado, pero claro, a estos sitios no va uno todos los días. Así que si están igual de buenos que los que probamos, olé. A todo esto, el menú degustación que pidieron los padres no está en carta porque fue elegido a dedo por ellos, y creo que en mi modesta opinión acertaron de lleno.

Destaco antes de despedirme que el local organiza a modo general cenas por parejas (mínimo 6 parejas) por las noches y entre semana, dónde el restaurante se convierte en un taller improvisado donde los comensales pueden preparar la cena para así aprender y disfrutar cocinando, eso sí siempre dirigidos por este joven chef llamado David. Desconocemos los precios de tal acontecimiento, pero se trata de una experiencia única a puerta cerrada dónde Jiménez y la empresa Calandria te hacen pasar un rato "disfrutando con los cinco sentidos" que no olvidaréis.

En fin, que nos lo pasamos muy bien y estuvimos en un sitio encantador comiendo estupendamente ¿se puede pedir algo más?.

Pues sí, ¡qué nos toque la lotería del niño!.

Salud y feliz fin de Semana.

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